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Dinero Antiguo y Dinero Nuevo

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Hay que distinguir entre dos tipologías de patrimonios claramente diferenciadas: Los patrimonios que han sido creados por una sola generación, y que se transmiten a una o dos posteriores a lo sumo, puesto que se extingue en el camino debido a su volumen menor y la dilapidación habitual por parte de los receptores de herencias. Y los grandes patrimonios que se transmiten de generación en generación, de manera impersonal y en grandes grupos familiares a lo largo de muchísimos años. A los primeros les llamamos Dinero Nuevo y a los segundos Dinero Antiguo.

En Cluster Family Office siempre hemos sido conscientes de que ambos tipos de riqueza deben ser tratados de maneras muy distintas. Veamos porqué:

En primer lugar hay que tener en consideración que las fortunas Nuevas tienen un origen claro, un creador que, vía empresa, negocios o caprichos de la fortuna, ha sido capaz de generar un volumen suficiente para tener que ocuparse de su mantenimiento y crecimiento de manera profesional y constante. Y hasta que ese creador original muera y/o delegue la gestión hacia sus herederos o los asesores de éstos, será él mismo quien realizará la gestión de su fortuna, o supervisará a los profesionales que contrate con tal fin.

Estos tipos de patrimonios nuevos deben gestionarse de manera muy eficiente, ya que así lo exigirá su creador, su limitado volumen y las aplicaciones que se le exigirán. La supervivencia de esa fortuna depende de dicha eficiencia en la gestión y en su correcta progresión, puesto que de lo contrario se puede extinguir incluso antes de alcanzar a la siguiente generación. No pueden permitirse el lujo de crecer a un ritmo mediocre o no crecer durante 5 o 10 años, puesto que su volumen suele ser menor, y el riesgo de que los activos disminuyan peligrosamente y se acaben en 10 o 15 años es alto. Podemos ver infinidad de ejemplos de extinciones de patrimonio en fortunas entre 1 y 10 (o incluso más) millones de euros: Por ejemplo las llamadas fortunas súbitas (herencias, loterías, etc) que duran apenas una década; empresarios que sólo saben generar riqueza a través de su empresa familiar pero que se estrellan a la hora de gestionar sus activos fuera de ella; o ex-empresarios que después de vender sus negocios tampoco saben cómo invertir su dinero y acaban siendo pasto de asesores, banqueros, estafadores y demás tiburones hambrientos. De hecho un excelente empresario suele ser un nefasto gestor de patrimonio. En cualquier caso, la prioridad para estos perfiles de tenedores de Dinero Nuevo debe ser el correcto y eficiente crecimiento de sus activos, ya que de no ser así la mayoría desaparecerán en menos de dos generaciones.

En cambio, el Dinero Antiguo perdura en el tiempo, a pesar de que paradójicamente su gestión suele ser mucho menos eficiente. ¿Cuál es el secreto? Muy fácil: Por una parte sus volúmenes suelen ser gigantescos y capaces de absorber años y años de travesía del desierto, en cuanto a correcta progresión de su crecimiento se refiere. Y por otro lado, la gestión a lo largo de las generaciones suele estar a cargo de administradores externos más preocupados por su estructura y funcionamiento legal que por la toma de decisiones de inversión. Eso lleva a dichos patrimonios a estar anclados mayoritariamente a inversiones inmobiliarias prime más o menos diversificadas, e inversiones corporativas en grandes grupos empresariales, con paquetes accionariales considerables. Y todo ello a larguísimo plazo, ya que la rotación de esas inversiones suele ser prácticamente nula. O sea, ineficiencia compensada con un enorme volumen, y la ausencia de toma de decisiones equivocadas que puedan mermar de manera irreversible el patrimonio. De hecho la mayoría de Dinero Antiguo no podría sobrevivir durante generaciones si sus responsables tomasen constantes decisiones de inversión/desinversión. Porque recordemos que quienes están capacitados legalmente para hacerlo suelen ser abogados preocupados tan sólo de las estructuras de tenencia de esos activos gigantescos, a los que el mundo de las inversiones les es del todo ajeno. O los propios herederos, tan incompetentes y/o maniatados documentalmente que huyen de la gestión, y tan sólo pueden/quieren decidir acerca del uso que le dan a su proporción de usufructo, cuando los administradores les ingresan en sus cuentas sus rentas anuales o mensuales.

La incapacidad innata de los propietarios de Dinero Antiguo (que jamás han tenido que preocuparse de ganarse la vida), y su atomización al frente como cotitulares con derechos (herederos y herederos de herederos, familias políticas, etc), hace materialmente inviable una toma de decisiones de inversión eficiente. Y ese funcionamiento tan mediocre lleva indefectiblemente a una progresión del patrimonio ineficiente a todas luces. Pero ese es un lujo que su volumen puede permitirse, y a la vez supone paradójicamente la mejor vacuna contra su desaparición. En definitiva, las mastodónticas e impersonales estructuras de tenencia de Dinero Antiguo son tan incompetentes e ineficientes, que su propia inoperancia garantiza su supervivencia durante generaciones. Sólo gracias a su ingente volumen y a la ausencia de toma de decisiones respecto a las inversiones inmobiliarias y corporativas realizadas antaño, se consigue que esas fortunas Antiguas perduren en el tiempo durante muchas, muchas décadas.

Algunos os preguntaréis, ¿es esa ausencia de toma de decisiones la fórmula mágica exitosa a aplicar a los patrimonio menores y/o de Dinero Nuevo? Absolutamente no. El dinero nuevo necesita de una gestión eficiente y una correcta progresión patrimonial para sobrevivir, puesto que su volumen no es lo suficientemente gigantesco como para absorber caídas en los mercados inmobiliarios, o fiascos corporativos en paquetes accionariales poco diversificados. De ese modo, podemos llegar a la conclusión de que la gestión de patrimonios de Dinero Nuevo es, lamentablemente, muchísimo más exigente que la del Dinero Antiguo.

En cualquier caso, la contratación o la creación de una estructura de gestión patrimonial o Family Office es el instrumento que permitirá una mayor eficiencia. Tanto para los tenedores de Dinero Nuevo como para las Familias beneficiarias de Dinero Antiguo. Para los primeros aproximándolos hacia la eficiencia necesaria y evitándoles los abusos bancarios. Y para los segundos, dotando a los diversos núcleos familiares de un auténtico órgano de decisión (o varios, tantos como núcleos familiares incompatibles), aunque eso pueda asustar demasiado a los abogados y administradores tradicionales, a quienes suele importar mucho más la placidez que la eficiencia. Será porque el dinero no es suyo, claro.

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